Gerardo Rodríguez Magallón
Cuando colocaba el ojo izquierdo en el visor de mi el mundo se transformaba en una ventana blanco y negro. Eso no es posible porque el visor de estos es un juego de espejos y, en teoría, ves la realidad tal cual es, pero ocurría: todo lo que veía una escala de grises.
Siempre tuve una relación afectiva y mágica con la fotografía; mi padre fue un alpinista aficionado y cuidaba de una vieja Retina que lo acompañaba en sus excursiones como si fuera un tesoro nacional, para mi lo era. Aún quedan en casa algunas impresiones, ya deslavadas, de mi papá y sus amigos subiendo a la cima del Popocatépetl.
En casa teníamos la colección Gran Crónica de la Segunda Guerra Mundial. En mi memoria guardo todas sus imágenes, mapas y fotografías. Eran auténticas ventanas al pasado. Siempre tuve la sensación que en cualquier momento los personajes ahí retratados seguirían su camino. Mucho tiempo después supe quienes eran los autores de esas imágenes.
Supongo que esa vieja Retina y los recorridos por Europa devastada a través de esos libros fueron algunos de los resortes que me empujaron a esta oficio.
Luego de cursar sólo un par de bimestres en la desaparecida Casa de las Imágenes, 1986, llegué a pedir trabajo como fotógrafo a la recién fundada agencia ImagenLatina: salí con trabajo, pero de mensajero. Gracias al apoyo de Andrés Garay y Marco Antonio Cruz muy pronto buena parte del trabajo en el laboratorio, sobro todo limpiar, recaía en mi, la magia continuaba.
El proceso electoral mexicano de 1988 se convirtió en un foco de atención a nivel internacional, principalmente porque el país empezaba a recuperarse de una debacle económica sin precedentes y porque los movimientos sociales surgidos luego de los terremotos de septiembre de 1985 alimentaban una constante tensión social y política.
En ese contexto había relativamente pocos fotógrafos para medios extranjeros con base fija en México: Patrick Hamilton, para la agencia Reuters y John Hoper y Valente Cotera para Associated Press. Gracias a que Centroamérica aún era una fuente de información relevante en el continente muchos monstruos de este oficio, como Bill Gentil y Wesley Bocxe, pasaban poco por aquí.
Lo anterior trajo para mi una serie de oportunidades, sin duda la mejor de todas fue por la confianza de Omar Torres, mi jefe y maestro por más de 6 años en la Agencia France Presse, ahí empezó mi viaje.