Gloria Muñoz Ramírez

Rostros de la guerra, la esperanza, la insurrección, la dignidad, la fragilidad y la fortaleza humanas. El recorrido visual de esta exposición contiene imágenes de la historia mundial vivida y retratada durante más de tres décadas por la lente de Gerardo Magallón, foto reportero, realizador multimedia, documentalista en el sentido más profundo de una profesión en la que se vive en la primera línea, a veces entre balazos y bombas lacrimógenas; otras entre la resistencia esperanzadora de los pueblos.

Episodios de algunas de las guerras de la última década del siglo XX, y momentos de resistencia de algunos de los principales acontecimientos de las dos primeras décadas del presente siglo, contiene este mosaico fotográfico en el que sobresale el recorrido por América Latina, de manera notable El Salvador y Guatemala en plena insurrección de finales de la década de los 80s y principios de los 90s; las rondas campesinas peruanas, la crisis política de Haití de 1993; el levantamiento chileno de 2019 y las movilizaciones bolivianas del mismo año; los rostros de las autonomías en diversas comunidades indígenas del México actual; y las protestas feministas que reivindican la toma del espacio público para hacerse presentes.

Un “vistazo”, es cierto, pues el trabajo de Magallón es mucho más amplio y contempla, por ejemplo, la insurrección indígena zapatista; la crisis de los balseros en Cuba; Mundiales de Futbol y otras justas deportivas, entre otras coberturas internacionales. Gerardo ha visto mucho y, por fortuna, lo ha retratado poniendo la dignidad del otro, de la otra, por delante: lo mismo el rostro de un viejo en Haití, que el de una guerrillera salvadoreña; o una mujer en Karlovac (ex Yugoslavia), en una mañana de guerra.

Sin quererlo, pues quién podía imaginarlo, las fotos de Gerardo Magallón atraviesan la profunda transformación del trabajo del fotoperiodismo en el mundo, con la llegada de la era digital y el nacimiento de los dispositivos móviles con cámara incluida. Magallón no sólo vive la conversión, sino que la abraza y viaja con ella, pues sabe que lo que no cambia es la mirada. Ni la dignidad, no sólo de quien sale en la foto, sino de quien la toma.

Resistencia y dignidad: La obra fotográfica de Gerardo Magallón

Ana Laura de la Torre
Niña guatemalteca refugiada en la frontera Comalapan. 1989

I

No puedo apartar mi mirada de historiadora cuando pienso en las fotografías de Gerardo Magallón. Ante mí veo congelados procesos de largo aliento como el colonialismo, el desarrollo del capitalismo, la Guerra Fría, el racismo, la migración, el surgimiento de Estados nacionales o el machismo. Está también representada la resistencia en forma radical o sutil, pero siempre exhibiendo de manera explícita o con un gesto que el dominio no es algo que debamos tomar como algo natural.

Encuentro también la cotidianidad de personas que viven situaciones al límite y que son capaces de responder a su entorno con alegría, con orgullo, con una mirada retadora, un baile, o haciendo aquello que aman hacer, como la música. Detrás de cada imagen hay historias de dignidad. De hecho, la propia carrera de Gerardo Magallón es un ejercicio de resistencia y dignidad en un entorno en el que los medios tradicionales sucumben ante las redes sociales y la vida se nos llena de imágenes sin sentido, autocomplacientes.

II

Dignidad, nos dice el diccionario de español mexicano de El Colegio de México, es la “cualidad de hacerse valer uno como persona o de tomar con responsabilidad y resolución lo que ha elegido para sí”.

Sin chistar elijo, como cristalización de dignidad, dos fotografías de niños: uno haitiano y la otra guatemalteca, que muestran una enorme sonrisa frente a la cámara. El chico descalzo y en andrajos me recuerda a personajes literarios entrañables. Está ahí Huckulberry Finn o el Lazarillo de Tormes, protagonistas de distintos siglos y distintas realidades marcadas por el infortunio pero que gozan de un sentido de supervivencia excepcional. Ríen a la vez que exhiben un lado sombrío y ofrecen una profunda crítica social a las condiciones de su tiempo. Este chico haitiano es el protagonista de la novela picaresca del siglo XVI o la gran novela sobre la esclavitud y el racismo en Estados Unidos; es la migración forzada de mano de obra esclava de África a América, la explotación de los recursos naturales, la violencia y la eterna condena de los países del Norte. Haití fue pionero en alzar la voz contra el poder colonial, sufrió la guerra de independencia más sangrienta del continente y ahí persisten la pobreza, las tragedias naturales y los golpes de Estado. Sin embargo, florece también la dignidad en una sonrisa. La sonrisa de este chico y su mirada pícara. Los harapos que lo cubren no parecen avergonzarlo porque más vergonzosas son nuestras realidades grotescas de sobreconsumo de fast fashion que se tira en cinco minutos en un video de Tiktok.

Haití. 1992

III

Y la niña guatemalteca está también ahí con su enorme sonrisa, su vida sencilla. Su familia que forzada por presiones políticas o económicas migra al sur mexicano. Buscan una vida con esperanza. Ella no aspira a nada que no aspiremos nosotros: un techo, una comida caliente, un entorno seguro. Una pequeña que regala un abrazo frente a la cámara. Un abrazo solidario. Un abrazo cálido, femenino, poderoso. Un regalo de una niña guatemalteca cuyo país ha padecido la dictadura militar. Ella es oriunda de un país donde tuvo lugar el primer golpe de Estado contra lo que se percibía como comunismo allá en los años cincuenta. Un triste episodio de la Guerra Fría, una condena a un gobierno progresista que buscaba soluciones para los pobres. Un golpe respaldado por Estados Unidos y llevado a cabo con la complicidad de las élites locales y regionales. Guatemala, país donde operaba la United Fruit Company, símbolo de devastación y explotación, y que tristemente dio origen al nombre de república bananera. Esta pequeña con esa dignidad y ese abrazo es una condena a esas miradas cortas y rapaces que produjeron las condiciones que la llevaron a migrar.

Chalatenango, El Salvador. 1992

IV

Y luego están otros niños, esos que quedaron atrapados en una guerra en El Salvador. Otro escenario de la Guerra Fría donde se originó una lucha intestina violenta y larga. Está el chico que nos mira con desconfianza, los niños que juguetones se dejan tomar una foto y la pequeña que camina en medio de las tropas. Ellos forman parte de un entorno donde dignidad apela a su segunda acepción: “actitud de apego a determinados valores morales y de intolerancia por todo aquello que los viole o comprometa”.

Y es que aquí en El Salvador se levantaron en armas contra una miseria insostenible. Estaban los militantes comunistas radicales que deciden tomar las armas para hacer la revolución. A ellos se sumaron sectores de la Iglesia progresista, esa que centró su mirada en los pobres. La Teología de la liberación, tan latinoamericana, cristalizó de la mano de los jesuitas asesinados. La salvadoreña es también una historia de conversión, la de monseñor Romero. Un conservador que se dio cuenta que en su país “la injusticia clama al cielo” lo cual era un pecado injustificable y una violencia sistematizada. Son los aires del Concilio Vaticano II y Medellín que reconocen y condenan la injusticia. El trabajo fotográfico de Gerardo Magallón en El Salvador congela la recta final de un conflicto de dos décadas en el que los protagonistas combatían a muerte e intentaban continuar con su vida cotidiana en dignidad. Donde ríen, descansan, fuman, marchan y juegan. Donde las mujeres lucharon activamente y cuya participación merece reconocerse porque está ahí, vestida de azul.

San Salvador. 1989
Huanta, Perú. 1992

V

El otro escenario al que nos transporta Gerardo Magallón es Perú. Sus fotografías nos cuentan la historia de una comunidad que con toda su dignidad a cuestas se arma para resistir la violencia de la que son víctimas por parte de Sendero Luminoso. Aquí está cristalizado un capítulo más de la Guerra Fría que implicó problemáticas complejas y que exhibe cómo aquellos que optaron por una opción armada radical fueron también victimarios de poblaciones inocentes, igualmente empobrecidas. Estos hombres usan sus manos, que visiblemente han trabajado el campo por décadas, para defenderse. Una historia de resistencia que tiene lugar cuando la Guerra Fría está llegando a su fin en 1989.

VI

1989 es el año de la caída del Muro de Berlín, un hecho que desembocó en el fin de la Unión Soviética, de la Guerra Fría como confrontación ideológica entre comunismo y capitalismo, y acabó con la división de Alemania en dos. Eventos en cadena que fueron celebrados en muchas latitudes. Estados Unidos y el Occidente capitalista, se dijo, habían ganado la confrontación. Una voz por ahí declara, incluso, el fin de la historia. Los jóvenes de Alemania oriental salen ansiosos a ver cómo se vivía el capitalismo. Un hecho sobre el que la izquierda española reflexiona hoy día: ¿por qué estos jóvenes que tenían casa, estudios y comida asegurada huyen de la Alemania oriental? Aquí no vamos a dar respuesta, pero es un hecho que Gerardo Magallón capturó con su lente en 1992. El escenario es Berlín y ahí vemos a un grupo de jóvenes de la ex Alemania oriental sentados, viendo el mundo occidental pasar frente a sus ojos mientras una mujer los mira con desconfianza. No tienen empleo y están ahí como aventureros. Así resisten a múltiples procesos históricos que los atrapan.

Sin duda, resulta paradójica esta escena. Es cierto que esos jóvenes huían de algo que hoy parece de película: la Stasi, la persecución, un sentido de falta de libertad. Pero también con la caída del muro se derrumbaron los Estados de bienestar social. Un tema por demás vigente en esta segunda década del siglo XXI.

Berlín. 1992
Praga. 1992

VII

Cierto es que ese Estado de bienestar social al estilo soviético fue brutal, como lo ha mostrado Herta Müuller en su literatura, pero también dio beneficios. Otra escritora galardonada con el premio Nobel, Svetlana Aleksievich, lo sabe retratar muy bien en su obra El fin del Homo sovieticus. Un libro que ayuda a poner en perspectiva la vida bajo el comunismo. Hoy se reconoce que, desde el punto de vista de la causa femenina, la Guerra Fría se ganó en el ala soviética. En particular, en términos de acceso a la educación, a las artes, al deporte y otras esferas sociales. Indudablemente con muchas contradicciones que estamos lejos de idealizar, como tampoco podemos celebrar los tiempos que corren. Justo ahí, al final de la Guerra Fría, Gerardo Magallón capturó en Praga a una mujer que vio su vida derrumbarse; ella había sido entrenada para tocar el violín al más alto nivel y en la nueva economía global, tan celebrada como injusta, no tenía cabida. Ella con toda su dignidad a cuestas sale a la calle y hace lo que sabe hacer a la perfección: producir música desde su violín.

VIII

Gerardo Magallón nos ofrece otro retrato del fin de la Guerra Fría: los nacionalismos en Europa. La caída de la URSS y de los regímenes comunistas europeos develan identidades que estaban ahí a la espera de salir. Los pueblos eslavos, históricamente invisibilizados por grandes imperios o estados nacionales salen a escena. Violentamente como en la ex Yugoslavia o a partir de divorcios de terciopelo como en la ex Checoslovaquia.

En la ex Yugoslavia una guerra cruenta da origen a nuevas naciones. Años complicados con crisis humanitarias, crímenes de lesa humanidad y una lucha que no dio tregua. Ahí los protagonistas anónimos combatieron también por conservar su dignidad. Conservar su esencia más allá de su pasajero estatus de expatriados forzados. En 1992, Gerardo pide una foto a unos jóvenes refugiados en Karlovak. Ellos se niegan, pero luego lo buscan y posan frente a su cámara. Han ido a arreglarse, a ponerse sus ropas limpias. Así quieren quedar plasmados en la cámara del fotoperiodista mexicano. Un momento mágico que después regala más imágenes: una mujer mayor que toma su bicicleta y sale a conseguir comida o unos niños que patean un balón con alegría.

Un año después -1993- la lente de su cámara captura el ánimo de ver nacer una nación. Lo que fue Checoslovaquia se desintegró en dos. Una parte se convirtió en la República Eslovaca y sus habitantes celebraron con gran alegría su estatus de nación soberana. Había grandes dosis de optimismo entre los pobladores que lo sintieron como la llegada de una nueva vida, tal como lo exhibe la imagen de un eslovaco que carga en sus brazos a la recién creada república.

Karlovac. Croacia. 1992

IX

La lente de Gerardo se detiene ahí. Quizá porque del optimismo de los años noventa -que hoy vemos con grandes dosis de escepticismo- transformó también los medios de comunicación. La revolución digital dio un fuerte golpe al oficio periodístico y ello implicó un impasse en su carrera y le exigió adecuarse a los tiempos. Sin duda, la forma de hacer periodismo ha cambiado, a ratos parece que se evapora. Sin embargo, este caótico siglo XXI nos exige recuperar su mirada atenta, crítica, entrenada para capturar los detalles de los acontecimientos históricos. Hoy somos testigos de una sobreproducción de imágenes insulsas, frívolas que adormecen la mente.

Pero los conflictos continúan y el neoliberalismo no arrojó el bienestar prometido. La riqueza se concentró en el 1% de la población y la democracia cristaliza con muchos asegunes. En 2019, Gerardo ejerce su oficio de fotoperiodista y da cuenta de cómo trabajadores de la minería en Bolivia tomaron las calles para reclamar unas elecciones transparentes. Sus rostros son de ayer y de hoy. Comunidades originarias que a pesar de la explotación reclaman sus derechos políticos y se identifican con toda dignidad con su cultura y con su oficio. Aún cuando éste sea uno de los trabajos más ingratos que existan.

La paz, Bolivia. 2019

X

Al mismo tiempo, en el vecino Chile, ocurre una protesta social poderosa. Jóvenes se resisten contra lo que consideran un alza de precios injusto en el transporte público y ponen a Santiago de cabeza, al tiempo que un importante trabajo social se expande y visibiliza. Ellas están ahí y suman a la ola de protestas una poderosa reivindicación feminista: la lucha contra la violencia de la que son víctimas las mujeres. Son retadoras, están en la primera línea de ataque. Ahí surge “Un violador en tu camino”, un himno que reclama al patriarcado ser juez que juzga por nacer mujer y castiga con una violencia que no se quiere ver. Gerardo Magallón estuvo ahí para capturar el día que estas jóvenes lanzaron este himno que dio la vuelta al mundo. En las calles, ellas protagonizaron un ejercicio de resistencia que ha marcado los últimos años. Se desnudan por su dignidad arrebatada y tantas veces comercializada y violentada. Las chilenas se abrazan de manera solidaria, con alegría.

Plaza de las armas. Santiago de Chila. 2019
Plaza de la dignidad. Santiago de Chila. 2019

XI

Y esa ola insurgente vuela a México, un país marcado por los feminicidios y la indiferencia de las autoridades. En marzo de 2020, la pandemia de Covid se expande por el mundo y poco antes de quedar encerradas, las mujeres toman Reforma, avenida principal de la capital. Marchan y expanden su ola violeta que combina con las jacarandas que están floreciendo. Reclaman algo muy sencillo: seguridad, alto a una violencia sistemática que hiere y mata. En diversos eventos retoman el himno de las chilenas y lo cantan. Un año después, continúa el reclamo por lo que es necesario organizar una vigilia en la gran plaza del país, el Zócalo. El tiempo siegue su curso y su causa tristemente sigue vigente. En 2021 se apropian de un espacio emblemático con un antimonumento violeta. Transforman la Glorieta de Colón en la Glorieta de las Mujeres que luchan. Un lugar donde simbólicamente vive la resistencia que es a la vez cristalización de una lucha por la dignidad arrebatada a miles de mujeres mexicanas. Gerardo Magallón captura esos momentos y registra una página más de la convulsionada historia del presente.

Glorieta de las Mujeres que Luchan. 2022

Otras imágenes de la exposición

Huanta, Perú. 1993
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